Era la favorita y ganó. The Artist, la película francesa, muda y en blanco y negro, dirigida por Michel Hazanavicius que convenció al público dentro y fuera de Francia y que sorprendió a Hollywood, se ha impuesto en los Oscar con cinco estatuillas, entre ellos el de mejor película, mejor director y mejor actor principal.
Una película muda en blanco y negro en plena era digital cuando Hollywood apuesta fuerte por el 3D. Una producción que rinde un homenaje a la historia del cine y que pide detenernos a reflexionar sobre los caminos que ha recorrido el celuloide y por los que va a transitar. Lo que cuenta The Artist es de una sencillez pasmosa: el protagonista es George Valentin (Jean Dujardin), un actor de éxito, un galán al que le basta su sonrisa perfecta o una mirada para dejar rendidas a sus fans. Es el mejor y lo sabe. Pero la técnica llega al cine y las películas mudas, en las que él es la estrella, dejan de interesar. George Valentine se niega a aceptar el cine sonoro y su carrera empieza a tambalearse.
The Artist es el retrato de una estrella que se apaga, un actor venido a menos como lo era, de algún modo, Calvero, el protagonista de Candilejas, la película de Charles Chaplin protagonizada por él mismo, o incluso Margo Channing (Bette Davis) en Eva al desnudo, entre otras. Todas ellas muestran mundos diferentes, pero coinciden en relatar el progresivo declive de un actor ante circunstancias que no espera (el paso del tiempo, una actriz más joven y atractiva o la técnica). Pero lo importante en The Artist no es solamente su historia sino todo lo que sugiere Hazanavicius.
The Artist no es una película muda de los años treinta, sino una producción del siglo XXI que rinde homenaje a los inicios del cine y que plantea una reflexión profundamente actual. Esto, que puede parecer una obviedad, no lo es tanto. Lo de Hazanavicius no es un capricho, sino una declaración de intenciones: que sí, que no hay que tenerle miedo a la tecnología ni a los nuevos tiempos, porque el cine sonoro no fue el final del cine ni los cambios que están entrando ahora en el séptimo arte van a acabar matándolo. Pero también hay una reivindicación del cine de siempre, del que apuesta por lo clásico y que no solamente tiene el apoyo del público, sino también de la Academia. En otras palabras: que The Artist, coincidiendo en cartelera con películas en 3D como La invención de Hugo, de Scorsese (ambas competían en los Oscar en las categorías importantes), establece un diálogo cinematográfico de lo más sugestivo y sobre todo supone un punto de inflexión en el cine del siglo XXI.
Definitivamente, lo que brilla en la película de Hazanavicius no es la historia que cuenta (obteniendo en los Oscar las estatuillas a mejor película y mejor director, el mejor guión original se lo llevó Woody Allen con Midnight in Paris, otro de los directores que nunca dejan de reflexionar sobre el cine y la forma de hacer cine). La Academia ha premiado un trabajo que el cine necesitaba, una película de calidad pero arriesgada, una apuesta que se aparta del ritmo siempre acelerado con el que vive el celuloide, especialmente en Hollywood. La carrera desenfrenada de las superproducciones, los efectos especiales y el 3D es posible, pero algunos todavía piensan en hacer otras cosas y para los que deciden arriesgarse, el público siempre tiene preparada una respuesta. Y a veces resulta que todo funciona y la Academia te da cinco premios Oscar, entre ellos, el de mejor película.
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