domingo, 2 de marzo de 2014

Una ‘Doña Rosita la Soltera’ massa naïf al TNC



A la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya es recupera una obra de García Lorca especial per a Barcelona, Doña Rosita la Soltera o el lenguaje de las flores. Al 1935, la companyia de Margarita Xirgu la va estrenar al Teatre Principal Palace de les Rambles i seria aquesta la darrera obra que el dramaturg granadí va poder estrenar en vida. 79 anys després d’aquella posada de llarg i més de vint anys després de la darrera vegada que es va representar l’obra a Barcelona (protagonitzada per Núria Espert), Joan Ollé dirigeix una nova versió encapçalada per l’actriu Nora Navas, que es posa en la pell de doña Rosita, una dona abandonada pel seu cosí, a qui estima, i qui promet tornar de l’Argentina tard o d’hora per unir-se amb ella. Però passen més de 25 anys i la Rosita es converteix en la solterona del barri.

No cal dir que García Lorca és un nom més que conegut i, de fet, algunes de les seves obres són llegides cada any als instituts. També els seus poemes. Però com sol passar amb els autors clàssics de la literatura, gairebé sempre ens conformem amb les dues o tres obres més populars. Qui més qui menys ha sentit a parlar, ha llegit o ha vist al teatre alguna adaptació de La casa de Bernarda Alba, Bodas de sangre o Yerma, però és probable que no a tothom li soni aquesta Doña Rosita la Soltera o el lenguaje de las flores. Per a això estan els petits i grans teatres, per a recordar-nos la riquesa i la diversitat d’alguns autors com García Lorca o Josep Maria de Sagarra, dos noms que coincideixen en el temps a la programació del TNC.

Per exemple, gràcies a Doña Rosita podem conèixer la vessant còmica de Lorca, sense abandonar, però, el tema de la tragèdia existencial. L’obra ens ofereix moments amb els quals els espectadors riuran, sobretot gràcies a les ocurrències de la minyona (interpretada per Mercè Arànega) però s’endinsaran també en la tristor d’unes dones que estan intricades en el mateix univers lorquià que ho estan els personatges femenins de Bodas de sangre, Yerma o La casa de Bernarda Alba, perquè les dones que descriu Lorca són, a fi de comptes, aquelles que ell mateix va poder veure durant la seva vida, especialment durant la seva joventut, als carrers on vivia.

A Doña Rosita la Solterona no només pateix la protagonista, que és òrfena i viu amb els seus tiets. També ho fa la minyona, que va perdre una filla en el passat, i ara fa, d’alguna manera, de mare per a Rosita, i la tieta, testimoni de la desgràcia de la seva neboda que no deixarà de lamentar-se de què Rosita no hagués decidit escollir un altre home. El destí d’aquests personatges només s’intueix de forma simbòlica, sobretot el de la protagonista, i no serà fins el tercer acte quan el drama i la foscor comencen a apoderar-se de la casa. Als dos primers encara hi ha un ambient més aviat festiu. En un moment donat, el tiet, que té un hivernacle al jardí, parla de la rosa mutabilis i regala una a la Rosita. Aquesta flor, segons un poema que inclou l’autor en l'obra, és molt vermella al matí, es torna blanca a la tarda i perd les fulles a la nit. Aquesta és la metàfora perfecta de la seva vida: la passió de joventut de la Rosita poc a poc anirà empal·lidint fins a perdre les seves fulles.

Si haig de parlar de la versió que fan al TNC, diré que no em va seduir en cap moment. Diguem que no vaig saber trobar Lorca fins al tercer acte i, encara així, tampoc el vaig reconèixer del tot. És obvi que el text és d’ell, però tota la resta ho vaig veure força artificial. L’escenari era un saló que no em vaig creure en cap moment, fet que m’allunyava de la història. Fins al tercer acte vaig notar també un excés de coloraines en el vestuari de les actrius que, tot i que volien reflectir un ambient festiu, en el fons també m’apartaven de Lorca. És com si enlloc d'ambient festiu hi hagués ambient de joc de nines. Alguns papers femenins secundaris els vaig veure massa carrinclons i, en general, vaig tenir la sensació que el muntatge no em va deixar aprofundir en els personatges. Fins i tot em va costar tenir complicitat amb el drama de la Rosita (no és fàcil quan veus al nuvi allunyant-se d’ella corrent com si estigués protagonitzant una pel·lícula de Disney). Diria que aquesta vegada se li ha donat un to massa naïf a Doña Rosita.

viernes, 21 de febrero de 2014

‘La España de Franco’, Manuel Chaves Nogales



Voy a decir algo por lo que quizá algunos me acusen de temerario o incluso de inepto (asumo el riesgo), pero he aprendido más sobre la Guerra Civil española y sobre la España de Franco leyendo a Chaves Nogales que repasando los libros de nombres capitales de nuestra historiografía como Antony Beevor, Hugh Thomas o Paul Preston, entre otros. Ojo, no porque estos ilustres británicos no hayan escrito grandes obras de referencia sobre nuestra contienda (¡benditos sean algunos de sus títulos!), sino porque soy de los que piensan que como las fuentes originales no hay nada. Vaya, que tener el goce de leer a un periodista que salió a tiempo de España y que tuvo la oportunidad de publicar en los años treinta sus opiniones en un semanario francés sobre lo que estaba viviendo nuestro país, no tiene precio.

La editorial Almuzara, junto a otros sellos, están recuperando a Chaves Nogales desde hace unos años, cosa que nos alegra a quienes hasta hace poco apenas habíamos leído nada de él. En La España de Franco tenemos una serie de artículos que el periodista sevillano escribió en L'Europe Nouvelle entre julio de 1938 y septiembre de 1939. Allí vemos a un hombre escéptico, temeroso incluso ante el desenlace de la guerra, desconfiado de ambos bandos, pero profundamente lúcido como para denunciar cuál era la estrategia del caudillo, cuáles eran las manos que movían los hilos del movimiento que se había alzado contra el gobierno de la República, cuáles iban a ser las consecuencias e incluso cómo iba a ser la España que iba a quedar después del vasto derramamiento de sangre. 

Nada que nos cuente Chaves Nogales en estos artículos nos tiene que pillar por sorpresa puesto que todo está más que documentado: la ayuda militar de Italia y Alemania a Franco, el papel que jugaban Gran Bretaña y Francia, el debilitamiento del ejército de la República por la falta de ayudas internacionales, el rol comunista de la Unión Soviética en esta encrucijada histórica, la importancia que cobró Falange cuando se la designó como el partido del gobierno y tantos otros aspectos conocidos. Lo importante aquí no es tanto desvelar misterios o pisar territorio virgen, sino descubrir la capacidad de un periodista que supo analizar a la perfección lo que estaba ocurriendo y, además, pronosticar lo que iba a venir años más tarde.

En estos artículos hay algo más que información, hay retratos humanos y sentimientos por mucha distancia que pusiera su autor, pero lo más relevante es que Chaves Nogales formaba parte de esa España. No estamos ante un estudio sesudo de lo que ocurrió varias décadas atrás, sino que la materia que nos está mostrando este libro es lo que en esos precisos momentos estaba viendo quien nos la está contando. Lo que se venía abajo era su España, eran sus compatriotas quienes morían, eran sus proyectos los que habían quedado atrás. Estos no son textos de un reportero enviado a una guerra que le es ajena (como fue el caso del propio Chaves Nogales cuando documentó lo que se incubaba en la Alemania de Hitler, y que Almuzara recogió en el libro Bajo elsigno de la esvástica)  sino que los firma alguien que, desde fuera, ve cómo se desangra su país.

Si uno quiere saber la crónica completa de la Guerra Civil española o del franquismo, tiene buenos volúmenes para acceder a ellos, como los que firman Beevor o Preston, entre otros. Pero para dejarse envolver por aquellos ambientes de guerra, por el peso de las decepciones, por el desconcierto, el temor, la rabia, la indignación, la astucia, la superioridad... nada mejor como acudir a hemerotecas y a las fuentes originales. La España de Franco no deja de ser un ejercicio hemerográfico, son artículos que andaban perdidos y que una editorial ha decidido recuperar para fortuna de lectores con inquietudes históricas. Esta es una muestra más del genio de Manuel Chaves Nogales, una prueba palpable de la importancia que tuvo el periodismo en aquella época y, a fin de cuentas, la carta de presentación de una nueva y triste España que un humilde profesional legaba a la posteridad. Todo lo que vino después él ya lo imaginó.    

sábado, 15 de febrero de 2014

‘Gravity’, la aventura espacial de Bullock y Clooney



La última película del director mexicano Alfonso Cuarón, Gravity, nos lleva al espacio con Sandra Bullock y George Clooney. Ella es una ingeniera que tiene la misión de reparar un satélite americano; él es el astronauta, el piloto de la nave, el jefe de la operación. El film arranca con un Clooney orbitando mientras explica historias banales a sus compañeros de la base de Houston y Bullock lleva a cabo su trabajo. Pronto, la destrucción de un satélite ruso provoca que una lluvia de basura espacial arremeta contra ellos, lo que provoca la muerte del resto del equipo, dejando a la pareja como únicos supervivientes. Y ahí es donde empieza lo emocionante: sin apenas oxígeno y casi sin energía, tendrán que buscar la manera de volver a la Tierra.

Sé que uno debe ir siempre al cine sin prejuicios y créanme que lo hago, pero me llevó unos cuantos minutos quitarme de la cabeza que Bullock era la actriz de Miss agente especial, La proposición, Amor con preaviso y tantas otras películas de sobremesa. Que sí, que le dieron un Oscar como mejor actriz en 2009 por su papel en The blind side y que en Gravity no lo hace nada mal (por la que se ha llevado una nominación este año en la misma categoría), pero me cuesta creerme su personaje, sobre todo cuando se quita el traje de astronauta, nos muestra ese bello rostro conseguido a base de cirugía estética y empieza a hacer piruetas en paños menores, flotando, mientras la cámara se rinde a ese cuerpo juvenil que conserva a sus 49 años. Bien por ella, pero cada vez me cuesta más creerme los papeles de las Bullock, Kidman, Roberts y demás actrices que han pasado tantas veces por el quirófano.

Y en cuanto a Clooney, pues me pasa un poco lo mismo. Que lo he visto tantas veces anunciando Martini y Nespresso, que hay papeles que a estas alturas ya me cuesta tragármelos. Mea culpa, claro está. El caso es que la película de Cuarón (el director de Y tu mamá también o Harry Potter y el prisionero de Azkabán) tiene magnetismo, engancha a pesar de que hay momentos en que exige mucho de nuestra ingenuidad y supongo que, a fin de cuentas, cumple con las expectativas. Nos pasea por el espacio exterior, nos hace sentir esa tranquilidad y ese silencio que se debe sentir allá afuera, nos transmite la tensión y la inquietud por saber si los protagonistas van a llegar a la Tierra y evita cualquier escena amorosa tipo beso apasionado entre Clooney y Bullock en mitad de las estrellas.

Ahora bien, Gravity no pasa de ser una película entretenida a pesar de esas diez nominaciones a los Oscar, tantas como tiene La gran estafa americana. Entre ellas, están las de mejor película, mejor director y mejor actriz. Creo, no obstante, que tendrá que conformarse con alguna estatuilla en las categorías técnicas. 

viernes, 14 de febrero de 2014

‘La gran estafa americana’, ni tanto ni tan poco



Las películas sobre estafas parecen estar de moda en Hollywood. Woody allen nos contaba en Blue Jasmine la historia de una mujer (Cate Blanchett) que tras haberlo tenido todo gracias a los tejemanejes de su marido (Alex Baldwin), se derrumba en la pobreza y la desesperación cuando él es detenido por el FBI por fraude. Poco después llegaba a las carteleras la película de Martin Scorsese, El lobo de Wall Street, protagonizada por un Leonardo DiCaprio que podría tener el camino completamente allanado hacia el Oscar si no fuera porque tendrá que pelear (sobre todo) con Matthew McConaughey por su interpretación en Dallas Buyers Club. DiCaprio se pone en la piel de Jordan Belfort, quien amasó una fortuna a base de delitos como manipulación del mercado de valores o blanqueo de dinero.

La tercera película que nos llega en poco tiempo sobre estafas es la que aterrizaba con más ruido, La gran estafa americana, dirigida por David O. Rusell y que cuenta con un elenco de actores que encabeza el siempre infalible Christian Bale (El maquinista, American Psycho). Bale es Irving Rosenfeld, un astuto estafador que arranca un prometedor negocio de préstamos fraudulentos con su amante, Sydney Prosser (Amy Adams). Pronto el agente del FBI Richie DiMaso (Bradley Cooper) le echa el guante. Para aliviar la condena, el FBI le ofrecerá a Rosenfeld colaborar con ellos para detener a los peces gordos de Nueva Jersey, empezando por el alcalde, Carmine Polito (Jeremy Renner).

Una vez La gran estafa americana ha tenido cierta andadura por las salas de España, parece que ese súper producto cinematográfico que iba a arrasar en los Oscar no es para tanto. Algunos se atreven a decir sin vacilaciones que “la gran estafa americana” no es la historia que nos cuenta David O. Russell sino la película en sí misma, como si la industria del celuloide americano nos hubiese colado otro gol por la escuadra. Ni tanto ni tan poco. Cierto es que la película no es para tirar cohetes, que se trata de un relato bastante lineal hasta que llegamos al desenlace, pero no podemos juzgar el film por las expectativas incumplidas que nos habíamos dejado generar.

La gran estafa americana nos muestra un relato de cierta tensión, no podemos negar que es una película entretenida, pero el golpe de efecto, lo que se supone da sentido a la historia y a ese ruido mediático, llega demasiado tarde y dura muy poco. Dicho de otro modo, que sí, que la cosa tiene su gracia, pero que en El lobo de Wall Street Martin Scorsese hace que nos lo pasemos en grande con un espectáculo que va desde el minuto uno hasta el último y además nos ofrece unos personajes que le dan mil vueltas a los de La gran estafa americana. Porque por mucha Amy Adams, Bradley Cooper y Christian Bale que tengamos, de donde no hay mata, no hay patata. Vamos, que son grandes actores, pero hay que reconocer que los personajes que interpretan no dan mucho de sí. Adams (Julie y Julia, La guerra de Charlie Wilson) es una gran actriz, qué duda cabe, pero en la película no tiene que enfrentarse a grandes dificultades para cumplir con su papel. Lo mismo ocurre con Bradley Cooper (Resacón en Las Vegas), Jennifer Lawrence (Los juegos del hambre) y, mal que pese a muchos, con Christian Bale. Bale es de los grandes y es el alma de esta película, pero Irving Rosenfeld no es el personaje más complicado que ha interpretado, ni de lejos. Sí me ha seducido, sin embargo, el trabajo de Jeremy Renner (En tierra hostil, El legado de Bourne) en la piel del alcalde Polito.  

En definitiva, que quizá sí que hay mucho ruido y pocas nueces, que la película no está mal, pero no asombra. Que hay buenos actores pero no se les ha sabido exprimir al máximo con unos personajes más complejos. Que por mucha taquilla que haga el film, sería extraño que La gran estafa americana arrasase en los Oscar. Que dentro de unos meses seguramente pocos hablarán de esta película pero todavía habrá quien vaya recomendado El lobo de Wall Street, de Scorsese. Scorsese, ah, ese genio. 

lunes, 27 de enero de 2014

Más de lo mismo en ‘Nymphomaniac 2′



Segunda parte de Nymphomaniac, la película de Lars von Trier de cuatro horas de duración que nos ha llegado dividida para su mejor digestión o para que los espectadores acabemos pagando dos veces para enterarnos de casi toda la historia. Casi, porque lo que pasa por los cines es, de momento, una versión abreviada (incluso censurada, dicen ellos) a falta de que en la Berlinale se estrene la versión íntegra.

Acababa la primera parte dejándonos la incógnita de hasta qué punto la vida de la ninfómana Joe iba a desatarse. Sabíamos que sus necesidades sexuales la habían llevado a tener hasta diez relaciones al día, que sus juegos no parecían tener límite y que ya desde la adolescencia apuntaba maneras. Ahora bien, por mucho que nos quisieran vender así la película, escandalosa, escandalosa, no era por muchas imágenes de penes que viéramos. Y precisamente por esa razón esperaba que la segunda parte fuese la explosión que nos habían prometido, lo que diera sentido a esas cuatro horas de proyección. Pero vistas ambas partes, lo cierto es que la segunda se la podría haber ahorrado.

No es que la vida de Joe no dé para cuatro horas. De hecho, Lars von Trier podría haber hecho dos partes más si hubiera querido, pero la paciencia del espectador no es infinita. Lo único que justifica esta segunda entrega es, por un lado, la iniciación al sado por parte de la protagonista (veréis a Jamie Bell dándole con una fusta) y, por otro, hasta qué punto sus apetencias sexuales pueden convertir la perversión en maldad, nada que no nos pudiera haber dejado claro Lars von Trier en la primera entrega. Por lo demás, Nymphomaniac 2 es como la anterior, una sucesión de capítulos anotados por las observaciones de un Seligman (Stellan Skarsgard) que acaban agotando. Que si la pesca, que si las fugas de Beethoven no tienen nada que envidiar a las de Bach, que si tal cuadro es posiblemente una copia de Rublev o que si aquella mujer que había aparecido en las fantasías de Joe siendo niña era en realidad la ramera de Babilonia cabalgando sobre una bestia. Entiendo el juego del director (o eso creo) y es cierto que sirven para configurar la psicología del personaje que interpreta Skarsgard, pero volvemos a lo mismo: Lars von Trier lo podría haber resuelto en la primera parte.

Y en cuanto a las escenas de sexo, pocas son explícitas y las que lo son no eran realmente necesarias. En algunos momentos incluso acaban resultando demasiado grotescas, como esa escena en la que Joe se encuentra desconcertada entre dos enormes penes negros mientras ellos discuten sobre algo en una lengua africana que ni ella ni nosotros entendemos. En definitiva, no es que esta  Nymphomaniac 2  no esté a la altura de la primera entrega, sino que es una extensión bastante lineal y, para muchos, seguramente prescindible. Reconozco que esperaba más. Al salir del cine me queda una sensación extraña… Como si me hubiesen dado gato por liebre. Como si el director, en el fondo, hubiese abusado un poco de nuestra ingenuidad. 

miércoles, 22 de enero de 2014

'El lobo de Wall Street', el festín cinematográfico de Martin Scorsese



Cómo hablar de Wall Street sin decir lo que ya se ha dicho tantas veces en el cine y sin caer en tópicos: que si la ambición, que si la frialdad a la hora de hacer negocios, la frustración cuando cae la bolsa, cierta corrupción, cómo afecta lo laboral en lo familiar… Martin Scorsese quería huir de clichés o, al menos, explicarlos de una manera diferente. En el último proyecto que ha caído en sus manos, una producción de 100 millones de dólares, el director de películas como Taxi driver, Casino, El cabo del miedo, Gangs of New York o El aviador ha llevado al extremo la historia del corredor de bolsa Jordan Belfort (Nueva York, 1962), quien amasó una fortuna a base de delitos como manipulación del mercado de valores o blanquero de dinero.

En El lobo de Wall Street el protagonista es Leonardo DiCaprio (también productor de la película), con cuyo papel ha ganado recientemente su primer Globo de Oro y está nominado como mejor actor en los Oscar, aunque el favorito es Matthew McConaughey por su interpretación en Dallas Buyers Club. Lo gane DiCaprio o no, lo cierto es que el papel de Jordan Belfort le ha venido como anillo al dedo al actor fetiche de Scorsese para demostrar nuevamente lo que es capaz de hacer gracias a un personaje que acaba desquiciado por todo aquello que lo había acercado a su particular paraíso: las drogas, el sexo y el dinero. 

La película arranca con un Jordan Belfort con traje de novato aterrizando en una agencia de corredores de bolsa, donde descubre un mundo de tensión y adrenalina que lo atrapa. Uno de los tipos más experimentados que ahí trabajan (Matthew McConaughey) le explica a Belfort que está entrando en un mundo donde es necesario drogarse, beber y masturbarse al menos un par de veces al día para poder cumplir con sus objetivos y hacerse millonario. El de McConaughey es un papel en apariencia poco importante, breve, pero que, sin embargo, le sirve a Scorsese para introducirnos en la película de forma rápida y directa. Algo así como un aviso tipo “¿ves lo que está contando McConaughey?, pues prepárate para lo que vas a ver”.

Y lo que vamos es una bacanal, una orgía económica que lleva a los personajes a los extremos del descontrol y la ambición. No es solo lo que vive Belfort, sino como la empresa que ha creado en poco tiempo se ha convertido en el nido donde hombres y mujeres sin escrúpulos esperan amasar una fortuna a golpe de maniobras ilícitas. Uno de ellos es Donnie Azoff, interpretado por un sorprendente Jonah Hill (Lío embarazoso, Virgen a los 40, Django Unchained), acostumbrado a papeles muy secundarios, por no decir de poca importancia. Nominado al Oscar como mejor actor de reparto, Hill se pone en la piel de un don nadie que tras cruzarse con Belfort, consigue hacerse millonario. Azoff (que encarna a Daniel Porush, entonces socio de Belfort, en la vida real) es un ególatra arrogante, uno de esos hombres al que le basta una sonrisa para ganarse el desprecio de los demás. Scorsese ha exagerado el personaje, lo ha convertido en una especie de caricatura ridícula, con calcetines y cinturones de colorines y Hill ha conseguido lucirse.  

El lobo de Wall Street, nominada a 5 premios Oscar incluyendo mejor película y director, podría ser uno de los últimos filmes de Scorsese, quien ha mostrado varias veces su desencanto por una industria del cine que ya no es lo que era, aunque el director nunca ha dejado de adaptarse a las nuevas exigencias de los espectadores y, de hecho, basta repasar sus últimas películas (Gangs of New York, El aviador, Inflitrados, Shutter Island, La invención de Hugo y El lobo de Wall Street) para comprobar no solo su versatilidad, sino su capacidad para reinventarse y convencer a todo tipo de público. El lobo de Wall Street es una película desatada, divertida y llena de talento, un espectáculo en toda regla.