lunes, 18 de octubre de 2010

Entrevista con Colm Tóibín, autor de 'Brooklyn'


El interés de los medios por Colm Tóibín (1955) ha hecho de este autor una de las voces más eminentes de la nueva narrativa irlandesa. Tras varias obras publicadas en España, Brooklyn (Amsterdam en catalán y Lumen en castellano) está siendo la novela que está afianzando en el mercado editorial español a un Tóibín que, en Barcelona, no duda en responder a las preguntas en catalán, lengua que domina a la perfección ya que veranea en Farrera de Pallars (Lleida). Brooklyn narra la historia de Ellis, una joven irlandesa que en los años 50 se marcha a Nueva York para buscar una oportunidad laboral mejor. Allí no le quedará más remedio que ser fuerte, independiente y adaptarse a una sociedad que empieza a asumir ciertos cambios.

"En los años 70, la campaña del IRA hizo que en Inglaterra tuviera que evitar el acento irlandés"

Manel Haro. Barcelona (Texto y foto)
/ [Publicado en Llegir en cas d'incendi]

Parece que su novela ha sorprendido a los lectores... ¿Por qué decidió escribir sobre una irlandesa que se marcha a Brooklyn en busca de una oportunidad en los años 50?

Antes de ir a vivir a América yo tenía una imagen de Estados Unidos de gran país capitalista donde todo el mundo era feliz. Pero en Nueva York hace un frío enorme y en San Francisco llueve cada día en enero y no puedes salir de casa. Antes de ir, todos me decían que iba a vivir bien, pero cuando te vas, descubres que echas de menos muchas cosas, la mayoría insignificantes, como la mantequilla irlandesa. Todo resulta extraño. En Stanford y Texas tenía la sensación de que todo iba muy bien, pero a la vez notaba que no era mi país y que no me acostumbrada a nada. Esa es la sensación que tiene Ellis al principio de la novela.

¿Todo parte de su propia experiencia?


En el año 2000 escribí un cuento en el que había una viuda que explicaba que su hija fue a Brooklyn y llegó con un secreto. Hace unos años recuperé aquel cuento y vi que esa historia podía dar para una novela, porque aquellos personajes existían de verdad. Brooklyn es el resultado.

Ellis siente cierta inseguridad por ser irlandesa cuando viaja a Inglaterra y más tarde a Brooklyn. ¿Tuvo usted complejo de inferioridad por ser irlandés cuando era más joven?

Solamente en Inglaterra, donde fui en los años 70, en plena campaña del IRA. Entonces tenía miedo de hablar y fingía acento inglés, porque entonces sí me sentía acomplejado. Algo tan simple como ir a comprar el diario era una prueba y siempre tenía que aparentar ser inglés. En Nueva York, en cambio, no, allí uno podía ser irlandés sin problemas.

¿Le interesan los personajes que luchan por su independencia y libertad?

Sí, me interesa el drama entre restricción y libertad. En ese sentido, una familia es una entidad muy rara porque todos quieren tener una familia, pero eso también supone tener restricciones. La libertad que puedes ganar fuera de la familia es sólo por unos años, porque siempre quedan los vínculos, que son muy fuertes. Lejos de la familia, puedes ser otra persona, pero siempre estás unido a ella, siempre hay vínculos.

En España estamos asistiendo a un pequeño boom de novelas basadas en el modo de vida estadounidense de los años 50. Un editor de una de esas obras apuntaba a que los complejos de mitad de siglo no están tan alejados de los que sentimos ahora. ¿Qué opina?

No, todo ha cambiado, sobre todo la vida de las mujeres. Ahora las mujeres pueden elegir su vida, moverse en taxi y todo lo que entonces no podían hacer. El mundo que cuento es el mundo de mis tías, de mi madre. En los años 50 había más restricciones y eso da mucho juego. Yo, para contar una novela donde no fuese fácil divorciarse y hubiese restricciones, necesitaba un contexto que lo permitiera, como los años 50. Una mujer entonces no tenía posibilidad de elegir su destino, por lo que el autor puede dramatizar más. Eso ocurre con Richard Yates y otros autores. Supongo que eso interesa.

Entonces para reflejar esa sociedad restrictiva siempre hay que elegir una protagonista femenina. Supongo que no podría reflejar la sociedad de los 50 si tomara a un hombre como personaje principal.

Claro. Ellos están con sus amigos hablando de nada especial aunque siempre pensando que lo que dicen es importante. Pero ellas tienen un mundo interior muy importante, sobre todo cuando están solas, justo el momento que más me interesa, porque en los 50 todo era más dual para las mujeres que para los hombres: o todo era blanco o todo era negro. Ellos tenían una gama más amplia.

Me recuerda a los cuadros de Hopper...

¡Claro! Y yo me acuerdo también de un cuadro de Vermeer en el que aparece una mujer leyendo una carta al lado de una ventana. Incluso me viene a la cabeza un lienzo de Velázquez de su época sevillana. Esas obras reflejan un mundo interior, el espectador solamente ve una mujer retratada, pero en realidad el artista refleja todo un juego de complejidades que me resulta muy sugerente. Hopper trabajó también con esa idea

Usted parece un escritor de los que cuando escribe el único mundo que existe es el de su novela...

Es que tienes que ponerte un pijama mental todo el día y trabajar muchas horas durante unos meses todas las mañanas, tardes y noches. Ni siquiera hay tiempo para ducharse (ríe), así que avisas a los amigos de que no te llamen en un mes y luego ya habrá tiempo para sexo, rock and roll y lo que surja (ríe). A mí me gusta trabajar con lápiz, no con grandes colores, de forma lineal, yendo poco a poco. Por ejemplo, me gusta mucho el compositor Erik Satie, porque tiene muchas repeticiones y aunque parece que en su música hay poca variación, en realidad sí la hay.

¿Echa de menos la Irlanda de cuando era pequeño?

¡No! Cuando se es pequeño uno piensa que los otros niños son egoístas y malvados y encima no entiendes por qué tus padres te dejan con ellos. Pero cuando creces, siempre todo va a mejor hasta que con 18 años lo comprendes todo. Así que... ¿para qué volver a ser niño y odiar a todos otra vez? ¡No! (Ríe)

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