A punto de desaparecer de las carteleras de cine
en España, tras algo más de dos meses de proyección, finalmente he ido a ver La
vida de Adèle, la película que ganó la Palma de Oro en el Festival de
Cannes y que llegó envuelta en una sorprendente polémica por el cruce de
declaraciones entre el director, Abdellatif Kechiche, y parte del equipo,
especialmente la actriz Léa Seydoux, quien denunció públicamente las duras
condiciones de trabajo que imponía Kechiche, sus arrebatos de cólera y su
obsesión por rodar una y otra vez determinadas escenas en apariencia sencillas.
De La vida de Adèle se había dicho
también, antes del estreno en España, que las interpretaciones de las dos
actrices principales, Seydoux (Midnight in Paris, Malditos bastardos)
y Adèle Exarchopoulos (La redada, Los niños de Timpelbach), eran
de altura. El propio Steven Spielberg, presidente del jurado del Festival de
Cannes, destacó el trabajo de estas dos actrices. La otra cuestión que sabíamos
era el alto contenido de sexo lésbico de la película. Información todo ello que
viene bien para que un filme pase lo menos desapercibido posible, pero que
tampoco nos dice nada relevante sobre esta historia basada (de forma libre) en
el cómic El azul es un color cálido, de Julie Maroh (en España ha sido
publicado por Dibbuks).
La vida de Adèle nos habla de una
adolescente (Exarchopoulos) que, estando en el instituto, descubre que se
siente atraída por las chicas cuando se cruza con Emma (Seydoux), unos años
mayor que ella, estudiante de Bellas Artes. En ese momento, empieza la batalla
de Adèle por encontrarse a sí misma. Mientras, la vemos envuelta en las
clásicas conversaciones de adolescentes en torno al sexo (que si te tendrías
que tirar a este, que si aquel otro va detrás de ti), así que, en mitad de las
dudas, accede a tener una relación breve con un chico de su instituto, quizá
para saber qué siente realmente o quizá para no sentirse un bicho raro.
La película de Kechiche muestra lo que siente
un/a adolescente/a cuando descubre por primera vez que se siente atraído/a por
personas de su mismo sexo. La vida de Adèle está protagonizada por dos
chicas, pero la esencia de esta historia no cambiaría si fueran dos chicos,
puesto que a fin de cuenta habla del amor, el sexo, las contradicciones que se
experimentan cuando se entra en la vida adulta, la relación con los padres, los
tabús propios y ajenos. Pero la película evoluciona y lo que en un principio es
un retrato sobre el descubrimiento de la homosexualidad, luego se convierte en
una historia de amor como otra cualquiera: el vivir en pareja, salir con los
amigos del otro, cómo encaja la vida laboral en lo personal, los celos o las
pequeñas insatisfacciones que empiezan a dejarse ver.
Kechiche ha sabido pasar de lo concreto a lo
universal. De lo particular de una historia entre dos chicas lesbianas a lo que
todo ser humano ha sentido alguna vez, que es, a fin de cuentas, lo que provoca
el amor: sus buenos momentos y sus episodios más amargos. Cierto es que hay
escenas de sexo explícitas que dotan a la relación entre Emma y Adèle de una
pasión desbordada y que dejan casi en anécdota las escenas más subidas de tono
de Nymphomaniac de Lars von Trier, pero el sexo no es el motor de la
película. Y, como bien apuntaban las voces de Cannes, no solo hay que destacar
el trabajo del director (más allá de las polémicas que han suscitado sus
metodologías), sino las espectaculares interpretaciones de Seydoux y
Exarchopoulos, especialmente valiosa la de la segunda, cuyo papel es más
complejo. En definitiva, una película arriesgada pero bien resuelta, que no cae
en clichés ni superficialidades y que apunta a lo más profundo del ser humano.
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