Hans Keilson
Editorial Minúscula
1ª edición, septiembre de 2010
Traducción de Carles Andreu
Género: Novela
301 páginas
ISBN: 9788495587688
Estos días he tenido la oportunidad de hablar con diferentes editores, autores, agentes y periodistas, y cuando les mencionaba el impacto que me había causado la lectura de La muerte del adversario, todos me contestaban lo mismo: "claro, es que es de editorial Minúscula...". Lo decían como si fuera una obviedad el hecho de que si un título aparece publicado en este sello, a la fuerza tiene que ser bueno. Pero mi respuesta imponía una matización: "este libro supera todo lo demás".
La muerte del adversario es una obra perfecta que funciona a máximo rendimiento en diferentes aspectos. Por un lado, es un artefacto que recrea, a través de un personaje confundido y un tanto marginado, el advenimiento del nazismo, aunque el lector no encontará ni una sola referencia a ello, ni tampoco al judaísmo o a Hitler. Sabemos que están allí, pero el narrador (en primera persona) no concreta de forma explícita lo que poco a poco se está gestando en Alemania. Vemos que hay un orador que empieza a ganar adeptos con sus ideas políticas; notamos a unos padres angustiados con lo que se avecina y, sobre todo, un joven que, a medida que se va haciendo adulto, va siendo engullido por la fuerza y el poder de su adversario.
Pero además, hay una profunda y certera reflexión sobre los límites de la ficción y la realidad y el momento en que la frontera entre ambas se diluye. ¿Hasta qué punto una persona que vivió el nazismo puede adaptar lo que presenció o sufrió para llevar a cabo un ejercicio literario? Y más aún: ¿es sólo un ejercicio literario? El lector encontrará en La muerte del adversario diversos instantes en los que detendrá la lectura para responder a unas cuántas incógnitas que el autor le plantea: ¿qué es el odio realmente?, ¿cuál es el gen que motiva tener un enemigo (sea individual o colectivo)?
La muerte del adversario no es una novela más sobre el nazismo: aquí no encontramos asesinatos, brutalidad ni campos de concentración, sino que se narra el intento de comprender lo que motiva determinadas actitudes inexplicables en el ser humano. Y Hans Keilson lo hace extraordinariamente bien sin perder en ningún momento el pulso narrativo. Esta es una novela que no se olvida fácilmente. Lo dije de Sukkwan Island, de David Vann (Alfabia/Empúries) y lo digo de esta: de entre lo bueno del año, La muerte del adversario está entre lo mejor.
La muerte del adversario es una obra perfecta que funciona a máximo rendimiento en diferentes aspectos. Por un lado, es un artefacto que recrea, a través de un personaje confundido y un tanto marginado, el advenimiento del nazismo, aunque el lector no encontará ni una sola referencia a ello, ni tampoco al judaísmo o a Hitler. Sabemos que están allí, pero el narrador (en primera persona) no concreta de forma explícita lo que poco a poco se está gestando en Alemania. Vemos que hay un orador que empieza a ganar adeptos con sus ideas políticas; notamos a unos padres angustiados con lo que se avecina y, sobre todo, un joven que, a medida que se va haciendo adulto, va siendo engullido por la fuerza y el poder de su adversario.
Pero además, hay una profunda y certera reflexión sobre los límites de la ficción y la realidad y el momento en que la frontera entre ambas se diluye. ¿Hasta qué punto una persona que vivió el nazismo puede adaptar lo que presenció o sufrió para llevar a cabo un ejercicio literario? Y más aún: ¿es sólo un ejercicio literario? El lector encontrará en La muerte del adversario diversos instantes en los que detendrá la lectura para responder a unas cuántas incógnitas que el autor le plantea: ¿qué es el odio realmente?, ¿cuál es el gen que motiva tener un enemigo (sea individual o colectivo)?
La muerte del adversario no es una novela más sobre el nazismo: aquí no encontramos asesinatos, brutalidad ni campos de concentración, sino que se narra el intento de comprender lo que motiva determinadas actitudes inexplicables en el ser humano. Y Hans Keilson lo hace extraordinariamente bien sin perder en ningún momento el pulso narrativo. Esta es una novela que no se olvida fácilmente. Lo dije de Sukkwan Island, de David Vann (Alfabia/Empúries) y lo digo de esta: de entre lo bueno del año, La muerte del adversario está entre lo mejor.
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