Cuando James Cameron golpea sobre la mesa, no hay duda de que quiere pegar fuerte. Avatar, su última fantasía, ya hace días que está sacudiendo las taquillas españolas. Con esta superproducción, el multi(multi, multi)millonario Cameron regresa a la ciencia ficción con una película futurista basada en la invasión de otro planeta (Pandora). Un amplio despliegue de americanos se ha instalado en Pandora para extraer un valiosísimo mineral que en la Tierra se paga a 20 millones el quilo. Pero el mayor yacimiento se encuentra bajo un poblado de nativos y las potentísimas armas de destrucción no dudarán en apuntar sobre ellos si no se retiran de allí.
Para conseguirlo, crean un avatar, un híbrido entre humano y nativo, que se encargará de mediar para que se marchen sin que llegue la sangre al río. Pero las criaturas azules no permitirán que el ser humano arrase la riqueza de sus bosques.
La película tiene varios aspectos que analizar. Para empezar, los efectos especiales son impresionantes, es innegable. Segundo, esos escenarios llenos de magia, de criaturas extrañas pero entrañables, de una flora que dan ganas de pasar horas observando y ese idílico respeto por la naturaleza que se respira, ya hacen que valga la pena pasar por el cine. Sin embargo, el guión flojea a veces por algunos tópicos tipo Pocahontas y El Señor de los Anillos, el desenlace más que previsible y las escenas llevadas al extremo del paroxismo. Necesidades comerciales para llegar al mayor número de espectadores.
Debo decir que, a pesar de los 160 minutos que dura la película, no me he aburrido en ningún momento y aunque para mi gusto hay un exceso de fantasía dentro de la fantasía (¿dónde está el límite entre la imaginación y la ingenuidad?), la inquietud de hacer turismo por Pandora, aunque sea mentalmente, hace que me quede extrañamente conforme con la historia. Son tiempos de soñar con mundos mejores.
0 comentarios:
Publicar un comentario