Este puente he decidido pasarlo en Polonia, concretamente en Poznan (desde donde escribo) y Wroclaw. En ambas ciudades estuve ya el pasado mes de abril, pero regresar a lugares como estos nunca supone demasiado inconveniente. La temperatura flirtea constantemente con los grados negativos, aunque la media se mantiene en unos cuatro grados. A las 15:45 horas ya anochece y cuando pasan unos minutos de las cuatro de la tarde ya es noche cerrada.
Poznan en invierno y Poznan en primavera son dos ciudades distintas. Si un domingo de diciembre se pretende cenar pasadas las 21:00 horas, puede ser un handicap importante encontrar un restaurante que no se encuentre en la plaza cada vez más turística Stary Rynek (los vuelos de las compañías de bajo coste, como Ryanair, han hecho que la ciudad gane visitas progresivamente).
Ciudades como Poznan, que no cuentan con un patrimonio cultural tan importante como otras ciudades polacas, como Cracovia, hacen que la hospitalidad y el buen trato a los turistas sean unos de sus mayores atractivos. No obstante, la arquitectura tan típica de la Europa central y del este (esos edificios señoriales que se imponen en las plazas más importantes de la ciudad) hacen que se establezca un contraste atractivo e inevitable con esa antigua Polonia socialista de los bloques grises, aparentemente fríos y alejados de la fiebre constructora europea). Al lado de un centro comercial hipermoderno con firmas de moda tipo Lacoste, podemos encontrar una casa medio en ruinas con un puesto de salchichas en la esquina.
Es ese despertar de Polonia lo que hace de ciudades como Poznan, Wroclaw, Cracovia o Katowice, entre otras, un irresistible atractivo. En la Stary Rynek de Poznan, por cierto, un cronometrador de cuenta atrás marca los días, horas y minutos que quedan para la celebración de la Eurocopa 2012, lo que supondrá una interesante inyección de dinero para el país. Polonia, poco a poco, se acomoda en la moderna Europa.
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