viernes, 4 de septiembre de 2009

'Cosmética del enemigo' suaviza en el teatro la fuerza de Nothomb

El teatro Borràs de Barcelona ha estrenado esta noche temporada con la obra de José Luis Sáiz, basada en la novela de Amélie Nothomb, Cosmética del enemigo. José Pedro Carrión es Jérôme Angust, un ejecutivo educado y aparentemente sencillo que se sienta a leer en la sala de espera de un aeropuerto tras saber que su vuelo se ha retrasado. De repente aparece Textor Texel (Jesús Castejón), un desconocido que empieza a molestarle con su conversación. Lo que parecía un diálogo trivial se convierte, poco a poco, en un descenso a los infiernos de Angust, que verá cómo Texel lo pone entre la espada y la pared.

El director partía de un texto potente y, aunque breve, realmente difícil de adaptar. Toda la acción transcurre en un sólo espacio y con dos únicos personajes, lo que ya de por sí es un handicap para mantener la atención del público durante toda la representación. Sin embargo, esos dos actores (Carrión y Castejón) son, como hoy mismo han demostrado, una garantía sobre el escenario.



Sin embargo, hay algunos detalles que no me han convencido. En primer lugar, creo que el director ha dotado al personaje de Texel de demasiados rasgos cómicos. Amélie Nothomb no escribió una comedia, aunque durante la novela haya momentos de humor, sino que se trata de un relato donde la tragedia late (y crece) a medida que se avanza en la lectura. La conversación entre los dos personajes prepara al lector para un potente final. Si bien en la novela el lector está totalmente encerrado en la narración, en la obra hay determinados gags de Texel que alejan al espectador de la historia y le hacen perder la atención y la entrega que ya había puesto en ella.


El desenlace de la historia en la obra, en comparación con la novela, queda muy descafeinado. Nothomb logra un final impactante y muy visual, pero Sáiz ha preferido algo más discreto y creo que no le ha salido del todo bien. Cosmética del enemigo encierra una interesante reflexión que queda muy clara en la novela, pero difusa en la obra. El problema, insisto, es el tono demasiado cómico de esa conciencia trágica.

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