jueves, 22 de enero de 2009

Esperando que Álex Rigola tenga 'Días mejores'...

Quizá porque estamos en época de crisis económica, la obra Días mejores -que estrena hoy Álex Rigola en el Teatro de la Abadía de Madrid- sea especialmente pertinente. Siempre es bueno sacarle punta al drama social para echar unas carcajadas dentro de la relativa preocupación.

Rigola sube a escena a un grupo de jóvenes que intenta subsistir como puede ante la falta de medios económicos. Viven en una pequeña casa destartalada, con mucho frío -por lo que deciden quemar sus muebles para entrar en calor- y sin apenas esperanza. Pero todo parece cambiar cuando un extraño comprador llega a casa para llevarse el televisor y les ofrece trabajar quemando coches y pisos. La situación es tan desesperante, que no les queda más remedio que aceptar y admitir al raro sujeto en sus vidas. La obra -una adaptación del texto de Richard Dresser- nos dibuja una serie de disparatadas situaciones que nos recuerdan al humor más absurdo de Roberto Arlt.



Los actores son Ernesto Arias (Phil), Irene Escolar (Crystal), Lino Ferreira (Arnie), Ana Otero (Faye), Tomás Pozzi (Bill) y Marc Rodríguez (Ray). De alguna manera, el peso fuerte de la obra lo lleva el personaje de Bill (el sujeto que les ofrece el empleo a los demás quemando propiedades) y, desgraciadamente, Álex Rigola no ha podido evitar ser poco original. Me explico: Tomás Pozzi encarna lo que podríamos llamar el papel de eterno bufón. Siempre que sale en televisión, lo hacen ponerse a cantar, a bailar y a hacer alguna pirueta. Y, claro, como es bajito, regordete y tiene ese acento argentino, pues a la gente le hace gracia. Y Rigola ha debido pensar "coño, pues vamos a dar más de lo mismo a la gente, que parece que se ríe". Y ahí tenemos a Tomás Pozzi, haciendo estúpidas piruetas sobre el escenario, sin que vengan al caso, para buscar la risa fácil del espectador.


Pero sería excusable si el problema de la obra fuera solamente ése. En líneas generales, no entiendo por qué razón el humor de la obra es tan infantil y fácil: un grupo de personas semidesnudas, uno de ellos con un casco y una antena esperando contactar con el más allá. Y si a esto añadimos que la mitad de los actores están demasiado sobreactuados (se salvan, creo yo, Irene Escolar, Ernesto Arias y Marc Rodríguez), la cosa ya se empieza a poner fea.

Creo que se podría haber llevado a cabo una mejor puesta en escena y no haber caído en el humor propio de la exaltación de lo ridículo. Rigola podría haber dado más de sí.

Nota: fotografías extraídas de la web del Teatro de la Abadía de Madrid.

2 comentarios:

David Muñoz dijo...

No estoy de acuerdo con lo del argentino. Tiene algunos momentos brillantes, como el del agujero en la pared.

Manel Haro dijo...

Tiene "algunos" momentos que hacen reír, pero tanto como brillantes... Lo de la pared no estuvo del todo mal, pero tengo la sensación de que este actor es víctima de su aspecto, y eso lo hace someterse a su eterno papel de bufón. Y, claro, a veces tiene que excederse para hacer reír. Si el actor fuera un tío cachas de metro ochenta, sería necesario algo más.