viernes, 14 de noviembre de 2008

Jóvenes creadores

Beber y comer por amor al arte

Muchos artistas exponen sus obras en bares y restaurantes

Manel Haro. Barcelona

El sueño de cualquier joven artista es exponer en una de las grandes salas de su ciudad. En el caso de Barcelona, ver la obra de cada uno en el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (MACBA), el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) o CaixaForum es una meta que, incluso para los más optimistas, queda demasiado lejos.

MACBA

Por esa razón exponer en pequeñas salas alternativas o en cafeterías y restaurantes es la oportunidad que tienen los jóvenes creadores para dar a conocer sus obras y, de paso, venderlas. Cuando se les pregunta qué esperan cuando cuelgan sus cuadros o fotografías en las paredes de un local de copas, la mayoría lo tiene claro y afirma, sin vacilación, que esperan causar impacto al público mientras toman una cerveza. Lo cierto es que muy pocos afirman que lo hacen por dinero porque, dicen, es prácticamente imposible vivir del arte.

En el distrito de Ciutat Vella, en el centro de Barcelona, se encuentra el núcleo de talleres de jóvenes creadores, de salas alternativas y de locales de restauración donde se pueden exponer las obras de estos artistas. Uno de los restaurantes con más solera en el tema de exposiciones, debido a la gran afluencia de comensales y al éxito de las compras de obras de arte, es el Guixot, situado en la calle Riereta, próximo a la Rambla del Raval. Actualmente hay expuesta una muestra fotográfica de Guille Moreno y Xisca Sorell. Son artistas de poco más de veinte años, él es estudiante de Bellas Artes y ella de Matemáticas; los dos se declaran amantes de la fotografía. “Nosotros –dice Guille Moreno- no pretendemos vivir de esto, exponemos y vendemos lo que podamos, que suelen ser unas tres fotografías por exposición”. Sus obras van de los 100 euros a los 200 euros. “Lo peor de ser artista –dice Xisca Sorell- no es que no tengas sitio donde exponer, porque ahora mismo estamos en dos locales y ya preparamos otros proyectos, sino que el público piensa que ellos podrían hacer lo mismo que nosotros y, por eso, creen que las fotografías no tienen valor creativo”.


Haciendo una visita al Guixot, se puede ver que ya hay vendidas más de tres fotografías, una de ellas compradas por uno de los camareros del restaurante. Cuando se les pregunta a estos chicos qué les cobran por exponer en estos lugares, explican que depende de cada encargado. Algunos lo hacen de forma altruista, otros cobran unas tasas de alquiler y algunos van a comisión. En el caso del Guixot, el dueño explica: “Nosotros no cobramos nada, nos conformamos con que llenen nuestras paredes, el dinero que ganen es íntegro para ellos”.

En la calle Ferlandina hay un bar de copas, La Serilla, que quiere autodefinirse como asociación cultural. De hecho, al entrar no es de extrañar que los encargados asalten a los visitantes con una libreta y un bolígrafo pidiendo el DNI para “institucionalizar” su proyecto cultural. Para exponer en La Serilla hay que llevar una muestra de la obra de los artistas; si al encargado le gusta, se expone. Este sistema es, por norma general el que se sigue en todos los locales, y según la lista de espera de cada uno, el artista deberá aguardar más o menos. En el caso de La Serilla hay que esperar varios meses. La diferencia de este bar de copas es que aquí sí cobran, se llevan un 30% de comisión por cada venta. Actualmente hay una exposición de Roger Casas i Capdevila.

Muchos artistas son reacios a pagar comisiones que consideran muy altas, pero otros tantos aceptan a regañadientes pagar esas tarifas por ver expuestas sus obras. En Lletraferit, en la calle Joaquín Costa, también se cobra un 30% de comisión. Actualmente Esther Milena tiene colgada una muestra de acrílicos sobre tela. Cada cuadro cuesta, de media, unos 1.000 euros. Un poco más abajo, en la Granja Gavà (lugar de infancia del escritor Terenci Moix), el actual dueño, un joven irlandés que adquirió el local hace unos años, explica: “Nosotros no cobramos absolutamente nada, el dinero que ganen es para ellos”. Pero rápidamente delata otra manera de obtener beneficio a cambio: no cobrar nada, pero quedarse una de las obras en propiedad.


Este sistema es muy utilizado en locales y galerías de arte. No cobran nada, ni alquiler, ni comisión, pero a cambio se quedan una obra, la que los propietarios del local elijan antes de exponer. Si una obra cuesta, por ejemplo, 150 euros, lo que el artista está pagando con su creación es, en realidad mayor, que pagar una comisión o un alquiler. Y, sobre todo, si se tiene en cuenta, como explica el vicepresidente del Gremi de Galeries d’Art de Catalunya, Marc Domènech, que “una obra jamás pierde valor, sino que con el tiempo resulta ser una buena inversión”.

Muchos artistas evitan poner precio a sus cuadros y prefieren dejar el teléfono o el mail de contacto. Como explica Guille Moreno, “consideramos que poner un precio es desvirtuar un poco el arte, nosotros queremos impactar con la imagen y negociar el precio con el interesado”. “Si nos pregunta el precio un estudiante que no tiene mucho dinero -añade- pero que realmente quiere nuestra fotografía, nosotros bajamos el precio; si nos lo pregunta un ejecutivo que quiere hacer un regalo a su esposa, sin reparar demasiado en la obra, no dudamos en subir el precio”.

Los galeristas siempre animan a los interesados a que pregunten el precio de las obras porque hay arte para todos los bolsillos, pero en general la gente que va a un bar, piensa que el arte es demasiado caro y, si no hay precio expuesto, ni se molestan en preguntar porque prefieren evitar la incomodidad de que el coste de la obra supere demasiado su capacidad adquisitiva.


Estos jóvenes creadores viven con la ilusión de ver un día expuesta su obra en el CCCB o el MACBA, pero saben que les queda mucho camino. Algunos ni siquiera se lo plantean. Son pocos los que reconocen que lo hacen por dinero, la mayoría prefiere decir que se conforman con exponer. De hecho, en muchos locales, los artistas solamente exponen. En la Granja Gavà, explica el propietario, algunos no quieren vender, solamente enseñar su obra.

La mejor sensación que les queda, después de vender una obra, no es el dinero que se llevan, sino la satisfacción de que su creación haya conmovido a alguien lo suficiente, como para llevarse esa obra a casa y exponerla en sus paredes para verla todos los días. Y eso, como afirmaría cualquier artista, no tiene precio.

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