jueves, 6 de noviembre de 2008

Entrevista con Eloy M. Cebrián (autor de 'Los fantasmas de Edimburgo')

Eloy M. Cebrián reconoce la dificultad que hay en España para publicar una novela si no eres un autor conocido. Se le nota desanimado, pero no tira la toalla. Ha publicado novelas juveniles, entre las que destaca la publicada por Alfaguara, Bajo la fría luz de octubre (Premio Jaén de Narrativa Infantil y Juvenil). En Zócalo Editorial publicó El fotógrafo que hacía belenes y este año ha aparecido en El tercer nombre Los fantasmas de Edimburgo. Esta última novela fue finalista el año pasado del Premio Herralde de Novela y del Premio Fernando Lara.

Quizá se piensa Eloy M. Cebrián que es menos bueno de lo que en realidad es, pero él en el fondo sabe que todo es culpa de un mercado editorial cerrado y demasiado dirigido a los pesos pesados. En su última novela, sin duda la mejor que ha escrito, Eloy M. Cebrián recrea la vida de un profesor de literatura venido a menos, angustiado con su existencia, que ve cómo su vida da un giro cuando un perro entra en su clase para vomitar una rata. Esto sumado a un extraño episodio en un paso subterráneo en Edimburgo, llevarán a Luis Miguel Ortiz -protagonista- a dar un vuelco significativo a su vida.

Antes de empezar la entrevista no duda en reconocer que Luis Miguel Ortiz es su alter ego, pero ¿hasta qué punto se reconoce el autor en su personaje?

Manel Haro. Barcelona

"Luis Miguel Ortiz es un loco, o al menos así lo imaginé y lo construí como personaje. Pero responde a ese patrón del “loco lúcido” que goza de tanto prestigio en la tradición literaria. Don Quijote y Hamlet son los ejemplos más célebres. Algunos lectores me han dicho “el tío este dice verdades como templos, cosas que todos pensamos, pero que no nos atrevemos a decir en voz alta”. Yo no iría tan lejos. Más bien creo que se trata de un tipo que lo ha perdido todo, que ya no tiene necesidad de fingir, y por eso goza de la libertad de expresarse sin tapujos, hasta las últimas consecuencias. La inmunidad —o impunidad— de la demencia".

Por otro lado, a todos nos preocupan algunos de los asuntos que le preocupan a él. El valor del éxito, el sentido último de nuestra vida, los mecanismos del deseo, la hipocresía, las tensiones entre el “ser” y el “parecer”, la decadencia física, el que nuestros padres se conviertan en ancianos...

Por supuesto, he usado también a este personaje para criticar algunas de las actitudes que más detesto. Su homofobia feroz podría ser un ejemplo de esto último.

¿No teme que el lector confunda su personalidad con la de su protagonista, sobre todo teniendo en cuenta que la novela está escrita en primera persona?

Hay varias personas que lo han hecho ya, sobre todo porque la vida de Luis Miguel Ortiz se parece mucho a mi propia vida (soy hijo de maestro, viví en varios pueblos en mi infancia, estudié filología inglesa, me dedico a la enseñanza, etc). La pura verdad es que decidí hacer esto por comodidad. El hecho de que la biografía del personaje sea un reflejo de la mía me ahorraba mucho trabajo a la hora de construir el marco histórico y social. Siempre es mucho más sencillo escribir sobre lo que uno conoce. Y el resultado suele ser también más verosímil.

Claro.

Estoy seguro de que todo el mundo intuye la forma en que trabajamos los escritores. Es una cuestión de sentido común. Tomamos algunas cosas de nuestra vida y las combinamos con otras que nos han contado, que hemos leído o que nos inventamos. Y con eso tratamos de hacer algo completamente nuevo. Nada que ver con una confesión. Para eso está el género memorialístico. Lo que pasa es que resulta mucho más morboso imaginar que el autor está confesándose a través de un personaje. La gente que te conoce, sobre todo, disfruta mucho con esto. Por cierto, yo no tengo hermanas.

Como usted mismo dice, además de escritor es profesor, como Luis Miguel Ortiz. ¿Es más apasionado en sus clases que el protagonista de la novela?

Soy profesor de secundaria, y Luis Miguel es profesor universitario. Creo que hay un mundo de diferencia. No sé si soy apasionado en mis clases. Trato de pasarlo lo mejor posible, ya que tengo que dedicar buena parte de mi vida a tratar de enseñar. Seguramente, este afán de no sufrir mi trabajo en exceso ayuda a que mis alumnos no se aburran demasiado tampoco.

También creo que ven en mí una actitud irónica, de distanciamiento, de no tomarme las cosas demasiado en serio. La misma ironía que empleo para escribir mis libros, aunque adaptada al contexto del aula, claro.

Pero son ya 20 los años que llevo en esto, y es difícil no sentirse un poco cansado. La literatura me ha ayudado mucho a romper con la rutina. De hecho, cada vez introduzco más literatura en mis clases de inglés. Y bastantes de mis alumnos se leen mis libros, incluyendo éste, aunque traté de evitarlo avisando que los contenidos de la novela podían herir sus tiernas sensibilidades. Como puedes imaginar, eso fue lo que acabó de decidirlos.

Veo en la novela una dura crítica al sistema universitario.

Sí. Con todo he de decirte que no soy un universitario frustrado. A lo más que he llegado es a dar clase de Literatura Inglesa en la UNED, y lo dejé porque me quitaba mucho tiempo para escribir.

Por lo demás, sí que suscribo hasta cierto punto los juicios que se vierten en la novela sobre nuestra universidad, o sobre algunas de nuestras universidades. Creo que el mundo de la enseñanza universitaria funciona a base de servilismo, del quid pro quo, de devolver favores, y también a base de política, que es casi lo peor. Es lo menos transparente que existe, y el mérito parece ser un criterio muy secundario.

Puedo mencionar varios casos de excelentes docentes e investigadores a los que se les ha dado con la puerta en las narices para luego servirles su plaza en bandeja a gente de menos valía, pero mejor conectada. Hay varias personas del mundo académico que me han dicho que esa parte de la novela es sin duda la más realista.


¿En qué momento empieza a pensar en Los fantasmas de Edimburgo?

Los fantasmas de Edimburgo fue un trabajo de casi tres años. La empecé a finales del 2003, cuando ya había encontrado editores para mis dos novelas anteriores, El fotógrafo que hacía belenes y Bajo la fría luz de octubre. De algún modo, esos libros habían dejado de pertenecerme, y en ese momento a uno le queda un vacío que sólo se puede llenar con un nuevo libro.

Desde el principio fue mi proyecto más ambicioso. Quería escribir una novela al estilo de las del siglo XIX, un libro torrencial que contara la vida entera de un personaje relatada por él mismo. Debía ser una historia rica en peripecias, en incidentes, en personas, en detalles. Algo al estilo de Dickens (o de John Irving, que es una versión moderna de Dickens). De hecho, en algunas partes de la novela existe una ambientación decimonónica que responde al mismo motivo de escribir una novela al modo clásico, incluso con un punto de folletín.

Por supuesto, en su planteamiento y estructura, se trata de una novela contemporánea, con saltos en el tiempo y todos esos trucos, a menudo ornamentales, a los que los lectores de ahora estamos acostumbrados. Pero creo que el libro sí consigue algo de ese propósito inicial de escribir una historia “tan grande como la vida”, o por lo menos tan grande como una vida. Especialmente en su versión primitiva, que venía a ser un 40% más extensa que la finalmente ha salido publicada.

¿Más extensa todavía?

De hecho, el material descartado me bastaría para una nueva novela. En el núcleo de la historia había un relato que está fechado en abril del 2002, es decir, que escribí casi dos años antes de empezar esta novela. En él que se contaba un encuentro en Edimburgo con un mendigo. Era un relato de tono onírico basado en una experiencia personal. De ahí arrancó toda la historia. El relato en sí llegó a formar parte de la novela, pero finalmente decidí eliminarlo en la versión final. De todos modos, ya había cumplido su función de servir de semilla para todo lo demás. El fotógrafo que hacía belenes también surgió de un relato. Es una técnica que me funciona y que pienso seguir empleando.

¿Por qué elige Edimburgo?

En primer lugar, porque ya estaba en el relato del que partió la historia. Es una ciudad que conozco bien, porque he estado en ella varias veces, y las sensaciones del protagonista al encontrar los bancos de las calles llenos de indigentes, “homeless” alcohólicos y demás los viví yo también. Por otro lado, es la ciudad de Stevenson y donde se desarrolla la historia de Jekyll y Hyde, que también es una de las ideas centrales de la novela.

Por último, es una ciudad con un ambiente extraordinario, sobre todo en las épocas en que no está repleta de turistas. Para mí Edimburgo es un lugar mítico, y además la conozco lo bastante bien como para que la ambientación no fuera un problema.

¿Le gustaría a Eloy M. Cebrián la posibilidad de volverse invisible, o sea un fantasma?

¿A quién no le gustaría tomarse unas vacaciones de sí mismo? No sé si me gustaría que esas vacaciones fueran permanentes, como las de Luis Miguel Ortiz, pero ciertamente a mi edad uno empieza a sentirse harto de muchas cosas. Creo que existe una atracción hacia el abismo, un vértigo que casi todo el mundo siente, por lo menos quienes a veces se paran y se preguntan si lo que tienen merece la pena.

Cuando escribe una novela, ¿se plantea que haya ese humor ácido o es algo que le sale de forma natural?

Quien se decide a emprender el camino de la literatura tiene la obligación de buscar al escritor que lleva dentro. El que yo he encontrado es un humorista, y de momento es con el que más cómodo me encuentro.

El humor es una mirada inteligente y te permite abordar cualquier tema con cierta distancia. He ensayado otros tonos, sobre todo en los relatos. Pero he descubierto que cuando trato de escribir “en serio” el resultado es demasiado triste, demasiado desesperanzado. De ahí a lo patético hay sólo un paso. Creo que el humor es un buen correctivo, un antídoto que te salva de rebasar cierta línea, así que me sale de un modo natural.

¿Le interesan especialmente los personajes con cierta inestabilidad emocional?

Creo que son los más reales. Y también los más interesantes. Un personaje sin un conflicto interno sería muy aburrido y poco verosímil. En Los fantasmas… hay un personaje así, la hermana del protagonista, y el muy canalla se pasa toda la novela diciendo que es una imbécil. Y en eso me temo que estoy de acuerdo. Mis protagonistas no sólo son inestables, sino que están siempre abocados al cataclismo emocional. No me gusta quedarme a medias tintas. Tal vez peque un poco de escritor tremendista.

El sexo vuelve a aparecer en esta novela. ¿Hay algún trauma sexual en la vida de Eloy M. Cebrián o simplemente es una persona con grandes apetencias sexuales?

Yo creo que hay traumas sexuales en la vida de la mitad de los españoles de mi generación. Nos pilló la Transición en plena adolescencia. Pasamos de una represión feroz a una explosión de libertad. Y hablo de libertad auténtica, no una libertad pacata y de boquilla como la de hoy. En aquella época se follaba muchísimo. Yo, por ejemplo, tenía un vecino que follaba muchísimo. Porque la pura verdad es que la mayoría vimos todo aquello desde la barrera. Y hoy ya somos mayores y pitopáusicos, y nos da por pensar en las oportunidades perdidas, y miramos con nostalgia un tiempo que en realidad no fue como lo recordamos. En un plano más personal, casi prefiero no contestar. Ya digo que hay una tendencia demasiado extendida a pensar que cada novela es una especie de confesión encubierta, como si escribir ficción fuera lo mismo que ir al psicólogo.

¡Me queda claro!

A un actor que interpreta a un psicópata (pongamos a Javier Bardem, por ejemplo) nunca se le preguntaría si es un psicópata frustrado. Pues bien, los escritores hacemos lo mismo que los actores, construir personajes. No tenemos por qué responder por ellos más de los que los actores responden por los suyos. Sólo en un sentido técnico (¿está bien construido? ¿habla como le corresponde? ¿resulta verosímil?). Lo demás carece de importancia.


Otro tema que parece interesarle es la soledad. Luis Miguel Ortiz parece tenerlo todo pero en realidad es una persona bastante solitaria. ¿Es algo que tiene presente a lo largo de la novela?

Desde luego. Y también en la novela anterior. La soledad es uno de los temas capitales. Un filón inagotable, de una inmensa riqueza literaria. Mi protagonista se declara un monstruo en el sentido de que se considera un prodigio, un ser singular. La novela es una especie de ensayo sobre la teratología. La soledad está en la esencia de la monstruosidad. Alguien como Luis Miguel Ortiz, tan pagado de sí mismo que ni siquiera le concede a los demás el rango de personas, tiene que ser por fuerza un solitario.

Me he dado cuenta de que hay una evolución en mi escritura. Ahora soy muchísimo más despiadado con mis personajes. Los retratos son más feroces. Nadie se salva. Se acabaron los finales felices. La soledad es su castigo. Y un poco el de todos.

Le dije en su momento que tenía facilidad para darle naturalidad a los diálogos. Lo mantengo. Veo que sigue siendo un escritor con buen oído…

Puede resultar paradójico, pero creo que un diálogo real transcrito sin cambios sonaría fingido en las páginas de un libro, además de completamente falto de interés. La naturalidad en los diálogos es como la naturalidad en el estilo, un efecto deliberado que sólo se consigue con esfuerzo y trabajo.

Cuando le pregunté por las influencias literarias en El fotógrafo que hacía belenes, hablamos de Eduardo Mendoza. Si le pregunto qué autor le ha marcado más para Los fantasmas de Edimburgo, me nombraría mejor a algún escritor norteamericano? O quizá es como Vila-Matas que ya está en condiciones de reconocer que sus influencias están en usted mismo.

Son muchos los autores que podría mencionar. Ya mencioné a John Irving, aunque desde luego sus personajes son mucho más bondadosos que los míos, y el los trata con mucha más delicadeza. Déjame que mencione también a John Kennedy Toole, que reconozco como una de mis influencias más directas en este libro. También algunos humoristas ingleses, como Tom Sharpe y David Lodge (hay cierto episodio de la novela que es prácticamente un homenaje a este último). El Philip Roth de El lamento de Portnoy. También hay quien ha encontrado ecos de Salinger.

Otra influencia muy directa que percibo es la de la tradición picaresca española, sobre todo de El Buscón. Eso de Vila-Matas… No sabría decirte. Lo que sí es verdad es que desde hace tiempo percibo tonos y temas recurrentes en mis novelas y relatos. A lo mejor estoy empezando a tener lo que se llama “un mundo literario”. O a lo mejor empiezo a repetirme sin más.

¿Qué opina del panorama editorial? ¿Cree que está demasiado enfocado a autores de reconocido prestigio?

El panorama editorial en ese país es deprimente para todos excepto una muy reducida camarilla. Entre famosos, autoayuda, novelas de consumo, novelillas históricas y demás moñerías, ya no queda sitio para nadie. Las editoriales no te hacen ni caso (con honrosas excepciones), las distribuidoras sólo mueven los libros que consideran vendidos de antemano, los libreros no se quedan libros de autores que no les suenan, lo que es lógico, porque la gente tampoco los compra. Y si se quedan con un ejemplar o dos, los devuelven en pocos días sin dar tiempo a que libro cuaje o se conozca.

Cierto.

Paso mucho tiempo en las librerías y me gusta observar. Hay poquísimos lectores que dediquen un tiempo a ojear y hojear libros, para luego decidir qué se llevan, no por el nombre del autor, sino porque les parezcan interesantes. La gente funciona a tiro fijo. Se acercan al mostrador, piden su Dan Brown, su Ken Follett o su Zafón y a otra cosa.

El fondo editorial ha pasado a la historia. Se destruyen libros porque resulta más barato que almacenarlos. En suplementos y revistas se reseña al dictado, con arreglo a intereses o influencias que no tienen nada que ver con lo literario. El pastel está repartido, y es un milagro que a un autor nuevo le llegue ni siquiera una miguita. Deprimente, vamos.

¿Y si le pregunto por los premios literarios de nuestro país? ¿Vale la pena presentarse a ellos o ya no sirve de nada?

Yo creo que sí que vale la pena. Y si no es así, tampoco queda mucha alternativa. Esta novela llegó a la fase final de dos premios importantes (uno de ellos, en mi opinión, entregado de antemano). De todos modos, no fue por eso por lo que llegó a publicarse. Pero no estoy autorizado a revelar esto.

En cualquier caso, creo que la única manera de dar la “campanada” es a través de un premio. Hay muchos ejemplos, pero el que me viene a la cabeza ahora mismo es el de Luis Leante con el Alfaguara de hace un par de años.

¿Anda metido en alguna otra novela?

Tengo varios proyectos en marcha. He dedicado varios meses a traducir una novela norteamericana que a mí me parece apasionante. Se titula La casa de los sordos (House of the Deaf), y se desarrolla en España, con el tema de ETA de fondo. Su autor es Lamar Herrin, un profesor y novelista al que tengo la suerte de poder llamar amigo. Se publica este otoño y creo que dará que hablar.

También he empezado a mover una nueva novela juvenil titulada Operación Beowulf. Ésta se desarrolla en Londres de la 2ª Guerra Mundial, durante el “Blitz”. Estoy muy ilusionado con ese proyecto. Tengo un libro de relatos que me gustaría sacar adelante, aunque resulta casi un milagro publicar relatos en forma de libro en este país. En general, resulta un milagro publicar cualquier cosa en este país. Cada vez que logro publicar un libro me invade una especie de sentimiento elegíaco. “Éste es el último, no volveré a conseguirlo”. De momento, por suerte, no ha sido así.

¿Un deseo para Los fantasmas de Edimburgo?

Querría que mi libro se estuviera vendiendo un poco mejor. Y no es ya una cuestión de ambición o de dinero. Sencillamente, me joroba decepcionar a la gente que apuesta por mí. El libro ya ha quedado atrás y yo empiezo a darle vueltas a una nueva novela. Pero me gustaría que Los fantasmas… tuviera una muerte digna. Que se vendieran por lo menos un par de miles de ejemplares.

Qué pesimista…

La triste realidad es que los libros no se venden sin promoción. Y a veces tampoco con promoción. Y a las editoriales no les gusta correr riesgos invirtiendo sus recursos en autores que no son conocidos. Es una cuestión de mercado, y si uno se empeña en seguir escribiendo, hay que hacerlo con esas premisas. Con todo, me parece admirable que sigan surgiendo editoriales pequeñas dispuestas a arriesgarse con nombres nuevos. Creo que tiene algo de heroico. Como negocio, desde luego, me parece una ruina.

1 comentarios:

Liberto Brau dijo...

Excelente entrevista. Gracias...