Desde hace un par de días estoy en Praga, la ciudad de Kafka, Rilke y Jan Neruda. La temperatura ha caído por debajo de los cero grados y ni siquiera ir equipado con un buen abrigo, guantes y bufanda sirve para conseguir el mínimo de calor necesario para disfrutar al máximo de la ciudad. Los puestos de vino caliente están atestados de turistas que esperan echarse al gaznate un poco de alcohol caliente y dulce para entrar en calor. Los checos, en cambio, prefieren entrar a una cervecería y beber jarra tras jarra.
A las pocas horas de mi llegada, fui a la Ópera, donde representaban Rusalka, del compositor checo Antonin Dvorak. La ópera -con libreto de Jaroslav Kvapil- fue estrenada en 1901 en Praga con bastante éxito. Rusalka es una ninfa de agua, que un día se enamora de un humano (un príncipe) que está de caza. Rusalka sabe que no puede enamorarle si sigue viviendo en las profundidades, así que le pide a su padre (el gran water-gnome) que le ayude. Éste le recomienda que vaya a visitar a la bruja Jezibaba. La bruja le advierte a Rusalka que puede satisfacer sus deseos de convertirla en humana, pero si es rechazada por el príncipe, tendrá que volver a las profundidades a vagar entre la vida y la muerte en soledad. Además, la bruja se queda con su voz a cambio de la poción mágica.
Rusalka acepta y, aunque el príncipe la ama en principio, ésta será repudiada cuando todo el palacio vea que no tiene voz. Rusalka es condenada a volver al lago. El príncipe se da cuenta más tarde de que la sigue amando y decide ir a buscarla, pero Rusalka ya no es ninfa ni humana. El príncipe le pide besarla, pero ella le avisa de que si lo hace, él morirá. El príncipe, enamorado, acepta ciegamente y la besa. Poco después cae muerto en los brazos de Rusalka.
Esta historia, tan parecida a La sirenita de Hans Christian Andersen, fue seguida por centenares de checos y turistas. Apenas quedaban butacas vacías en la Ópera. En los descansos, los asistentes -con vestidos de gala- salían a tomar una copa de vino tinto por cuarenta coronas, una cerveza por 25 ó un tentepié por 40. Al final de la representación, el desfile de vestidos caros se repartía entre los que paraban taxis y los que tímidamente se dirigían a McDonalds a comer una hamburguesa.
Tras Rusalka, decidimos ir a cenar algo a El Tigre Dorado, una cervecería famosa por su comida típica checa y por su cerveza elaborada por ellos. Pero además es conocida porque el presidente checo llevó a Bill Clinton ahí cuando éste vino en visita oficial.
El Tigre Dorado es una taberna atestada de gente (casi no hay turistas). Las mesas de madera se comparten: al entrar, se ocupan las sillas vacías, no hay que ir con reparos, porque siempre está llena y si uno duda en sentarse al lado de un enorme barbudo, se quedará de pie toda la noche.
Nada más sentarse, traen una jarra de cerveza para cada uno. No hace falta pedirla, los camareros entienden que quien va ahí es para beber cerveza. Así que en cuanto acabas la consumición, si no recuerdas poner el posavasos sobre la jarra, rápidamente traerán otra que sustituirán por la vacía. De ese modo, los checos pueden pasar horas bebiendo seis, siete u ocho cervezas a una velocidad de espanto. Nosotros, para que el líquido no cayera sobre vacío, acompañamos la bebida con un filete de carne al roquefort. Tras beber dos cervezas y cenar un poco, pagamos la cuenta (unas 200 coronas por persona, 8 euros aproximadamente) y nos marchamos de El Tigre Dorado esquivando los que quedaban de pie brindando con las jarras y los que desfilaban por fuera balanceándose por el pasillo que daba a la calle. Los checos aguantan bien el alcohol, pero siete cervezas de medio litro son mucha cerveza.
2 comentarios:
Si tu intención era darnos envidia, doy fe de que lo has conseguido. Que lo paséis muuuy bien.
Curioso...estuve en Praga en fechas muy similares y mis sensaciones también se parecen.
Da alegrái encontrar esa coincidencia. De veras!
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