Así llegaron a España Las horas del alma y Las cien voces del diablo
La autora, en Tarragona / Marta Martínez Carro ©
"En Cuba, escribía con mercromina y con papel de la fábrica de cigarros Popular. Luego lo pasaba a máquina empapando la cinta con betún"
Manel Haro. Tarragona
En una habitación de un hotel en Canarias, una escritora cubana, celebrada en su país pero desconocida en España, espera nerviosa a que sus compañeros de delegación regresen a La Habana. La noche anterior, ella les había convencido de que tenía familia en Barcelona esperando su llegada para celebrar la Navidad de 2002 juntos. A sus pies, una caja con ejemplares del libro que ha ido a presentar a las islas, una biografía de la poeta Dulce María Loynaz. Sus compañeros llaman a la puerta, se resisten a marcharse a La Habana sin los libros. Insisten en recuperar la caja para dejarla con su marido y su hija en Cuba, pero ella, impaciente, repite que prefiere llevarlos consigo hasta su regreso. Pero en Barcelona no la espera nadie y en La Habana su familia sabe que ya no volverá a poner un pie en la ciudad. Arranca la larga y cruda historia de un destierro.
Ana Cabrera Vivanco es una de las voces exiliadas de la dictadura castrista. “Cuando uno se va de Cuba y no puede regresar, no se exilia, sino que es desterrado para siempre”, dice dando sorbos a una taza de café en un bar de Tarragona, ciudad donde ahora reside. Desde 1996 hasta 2002, esta escritora se despertaba por las noches en La Habana, cuando todos en su casa dormían. Sacaba una pluma estilográfica Parker y la llenaba de mercurio cromo, mercromina. No tenía tinta ni papel, ya que Cuba vivía el llamado Tiempo Especial en Periodo de Paz, “una excusa para justificar que en tiempos de paz estuviéramos pasando una situación económica como si viviéramos en guerra”.
Pero la necesidad de seguir escribiendo Las horas del alma, le hacía continuar: “en mi novela hablo de dos sagas familiares cubanas, a través de las cuales he querido reflejar cien años de la historia de Cuba, desde Batista hasta Castro”, explica, justo antes de demostrar que estaba segura de que conseguiría publicarla: “yo quería que mi novela se publicara, pero sabía que eso tendría que ser en España y cuando toda mi familia estuviese fuera de Cuba, pero algo me decía que lo conseguiría”.
En el tono de Ana no hay señal de euforia, sino de calma, es el discurso de una mujer que ha superado una pesadilla y ahora la explica con la tranquilidad de saberse a salvo. Sigue bebiendo café, reconoce que tiene insomnio, y sigue explicando: “En Cuba escribía con un cabo de vela porque sufríamos apagones de 12 ó 14 horas. Cerca de mi casa había una fábrica de cigarros Popular con el eslogan soy cubano, soy popular. Ahí había un papel, llamado de bagazo de caña, que estaba lleno de pelusilla. Era el único papel que podía conseguir y la mercormina era fácil de adquirir porque se vendía en las farmacias. Cuando tenía escrito el borrador, lo pasaba a máquina de escribir. Empapaba la cinta en betún para marcar las letras en la hoja. Luego las dejaba secar, mientras la pluma descansaba en agua con champú del pelo para limpiar la pelusilla”.
La presentación en Canarias de su primer libro fue la excusa perfecta para llevarse el original en la maleta. El equipaje era básicamente parte de su biblioteca personal, gastados tomos con las grandes obras de la literatura universal. Lo viejos abrigos y camisetas podían quedarse, pero no su biblioteca. Entre esos ejemplares, estaban escondidas las hojas mecanografiadas desordenadas y amputadas de las partes más comprometidas de una novela que apuntaba a la Cuba de Batista y Fidel Castro, Las horas del alma. También estaba el original de Las cien voces del diablo, la obra que acaba de ver en la luz en Grijalbo y que, por moverse en el completo terreno de la imaginación, no corría el riesgo de ser intervenida. Es la maleta de alguien que sabe que si consigue superar la frontera, ya no regresará jamás. “En mi casa de La Habana dejé los capítulos más peligrosos de Las horas del alma, pero me traje Las cien voces del diablo; no podía correr tanto riesgo ya que salía con visado de periodista y los registros eran exhaustivos; de hecho, en el aeropuerto me dijeron que llevaba exceso de equipaje y se quedaron con mi ropa”.
Una vez alejada de sus compañeros de delegación, Ana logró alquilar un pequeño estudio en Tarragona. Sobrevivía gracias a la venta de los ejemplares que había traído en la caja de Canarias, una venta de súplica y bajo coste que contrastaba con el éxito que estaba teniendo en la capital cubana. “En Tarragona trabajé cuidando ancianos, haciendo de canguro y repartiendo libros de Círculo de Lectores”, dice mientras pasa las páginas de la revista de Círculo donde, paradójicamente, venden ahora sus novelas.
El contacto con Cuba sigue siendo por teléfono o por correo electrónico: “Las llamadas te las cortaban cuando querían porque allí todo está controlado y en cuanto al correo electrónico, allí no existe Yahoo o Hotmail, sino que unos pocos afortunados sólo pueden escribir con correos de empresas. Allí todo está muy controlado, las fotografías que mandaba, me las devolvía el servidor y el nombre de Ana Cabrera Vivanco estaba tan prohibido como decir que en La Habana algo no iba bien”. Ana traga saliva antes de explicar que muchos cubanos pagan altas cantidades de dinero por pedir a alguien con un correo corporativo que les deje mandar un mail.
En 2004, Judith, su hija de 24 años, le informa de que va a volar a Budapest para ver a un familiar. Ambas saben que ella tampoco regresará. Desde la capital de Hungría su hija le informa de que en su equipaje ha traído más libros de su biblioteca y los originales de betún y mercromina de Las horas del alma. A Ana se le acelera el corazón con el teléfono en la mano, siente que le tiemblan ligeramente las piernas. Explica que nunca ha querido pensar en lo que le hubiese ocurrido a su hija de haber sido descubierta.
Pasaron semanas hasta que Montse, una amiga catalana de Ana, fue a Budapest a buscar esos capítulos. Las horas el alma ya estaba completa, pero su familia más dispersa que nunca. “Lo más duro es la despedida en el aeropuerto de La Habana, porque te despides sin mirar a los ojos de quien dejas, porque sabes que quizá no los volverás a ver y si lloras, levantas sospechas. Caminas con la vista al frente, sintiendo que te alejas poco a poco de tu familia, pero no puedes volver la mirada, las lágrimas se te acumulan en los ojos pero no pueden salir”.
Toni, el marido de Ana, sufrió la despedida de su esposa y su hija, pero se alegró cuando se enteró de que por fin ambas estaban unidas en Tarragona. “En Cuba, Toni era Ingeniero y tenía una buena posición pero, dado su trabajo, para salir del país era necesario el permiso de un General, esos que están al lado de Raúl Castro, así que pidió prejubilarse para poder salir sin permisos”. Solamente cuando Toni llamó a Ana desde el aeropuerto de Madrid para decirle que ya estaba en España, Ana supo que su sueño empezaba a traspasar a la realidad.
Ana no sabe nada de lo que pasó en La Habana en su ausencia. Se informó casi por casualidad de que al salir su hija, hubo un registro en su casa de Cuba, pero tanto su marido como su hija mantienen un férreo voto de silencio sobre lo que vivieron mientras Ana luchaba en España. De vez en cuando alquien le dice “tú no sabes lo que pasó tu marido allá en La Habana”, y Ana suspira profundamente.
Desde Tarragona manda ejemplares de su novela escondida en los equipajes de algunos españoles para que sus amigos de Cuba la lean. Su nombre está prohibido en Cuba y ningún cubano se atreve a introducir su libro a La Habana. “A los españoles no les revisan, porque si ven que uno lleva Las horas del alma, siempre pueden alegar que es la novela que se están leyendo”. Pero en Cuba ya hay unos cuantos ejemplares, que han sido leídos y que ha provocado lágrimas en sus amigos, unas de alegría por saber que ella lo consiguió, otras de desesperación por saberse encerrados. Los lectores de Cuba ni siquiera pueden escribirle para agradecerle el detalle de sus envíos clandestinos. Como pueden, van dejando comentarios anónimos en blogs y webs de lectores dando las gracias, con la esperanza de que Ana los lea alguna vez. Y ellas lo lee y los llora.
4 comentarios:
Dejándome arrastrar por la exquisita prosa de Ana Cabrera Vivanco con sus Cien voces del diablo que acabo de empezar a leer y ya no puedo soltar. Igual que me sucedió con sus Horas del alma. Persigo todo lo que escribe esta autora cubana y todo lo que de ella se publica. Gracias por esta entrevista que me sumerge en las entrañas de su odisea del destierro y me hace admirarla más aún ahora que conozco su férreo carácter y su valentía personal. Gracias. Pepiño
hola ana soy cubna y vivo en españa como tu,me gusta muchisimo leer y tu libro de las horas del alma me ha encantado,lo lei gracias a la biblioteca donde resido y me lo he comprado para volvermelo a leer y para cuando mi niño sea mayor se lo lea,me quiero leer las cien voces del diablo pero aun no lo he localizado,seguro que me gustara tambien.sigue escribiendo asi de bien y es una pena que nuestra gente cubana no pueda leer tan bella novela.espero que puedas leer mi comentario, te deceo lo mejor y mucho suerte,para que sigas escribiendo asi de lindo a ver si alguna vez nos conocieramos. gracias ana. y que viva nuestra bella isla y los cubanos. tu admiradora siempre.
Soy español, pero leyendo a Ana Cabrera Vivanco me siento como cubano y estoy entre los muchos seguidores de su obra. Después de Las horas del alma no pensé que pudiera haber nada mejor que esta novela suya, pero acabo de terminar la lectura de sus Cien voces del diablo y me he quedado impresionado por el derroche de imaginación, sensualidad y belleza narrativa que siempre nos entrega. La lectura me mantuvo en suspenso hasta el final y al igual que la anterior novela suya me costaba desprenderme de sus páginas. Sin dudas hoy por hoy, Ana Cabrera es ya una de las mejores voces de la narrativa latinoamericana. Felicitaciones a la autora por esta nueva novela magistral y gracias a Manel por este gran trabajo periodístico que me ha conmovido profundamente con las vivencias personales de mi escritora preferida. Luís.
Este artículo me ha estremecido con las fotos de la autora de pequeña y todo lo que fue su vida y tuvo que renunciar. Pero pienso que ahora la vida la resarce con su obra y todos los que ya la admiramos y formamos parte de su club de lectores. Me encantaron sus "Horas del alma" y "Las Cien Voces del diablo me han fascinado y mantenido enganchada en la trama hasta el inesperado final. Enhorabuena a la autora y a Manel Haro por tan interesante trabajo priodístico. Montse Ballesteros.
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