Ricardo Menéndez Salmón ha vuelto a la carga con La luz es más antigua que el amor (Seix Barral, 2010), una novela que reflexiona sobre la belleza y la condena que conlleva el talento. Después de su trilogía del terror (La ofensa, Derrumbe y El corrector), el autor gijonés ha querido dar un pequeño cambio a su obra, aunque sin olvidar que, como dice él nada más empezar la entrevista, la belleza siempre ha estado presente en sus libros como oposición al terror.
"Esta novela me ha regalado la felicidad de la escritura"
Manel Haro. Barcelona / Foto: Susana Carro ©
Ha dado usted un salto del terror a la belleza. ¿Le seduce más lo segundo?
No ha sido un salto muy acusado. La belleza siempre ha estado presente en mis libros. Ahí está la música en La ofensa o la literatura en El corrector. De hecho, la belleza se ha propuesto siempre en mis textos como oposición al terror. En cuanto a seducirme, lo que me fascina es el diálogo entre lo oscuro y lo luminoso.
Después de la trilogía del terror, ¿se atreve con una trilogía sobre la belleza?
No sé sobre qué tratará mi próximo libro. Los libros van surgiendo con mucha mayor espontaneidad que la que se percibe desde fuera.
Le gusta la frase de Roberto Arlt «sólo el mal afirma la presencia del hombre sobre la tierra». ¿En qué posición deja el don de la creación al hombre?
La frase de Arlt, como toda máxima, resulta perversa sacada de contexto, aunque ilustra cuál es su concepción del hombre, desde luego cercana a la mía. Respecto al don de la creación, imagino que es la otra cara de la moneda. Este libro es un intento por reflexionar sobre esa dialéctica entre luz y tinieblas que el hecho creativo conlleva. El talento es sin duda un regalo, pero también tiene mucho de condena.
Bocanegra es el personaje que, dentro de la novela, escribe La luz es más antigua que el amor. No le pregunto si usted es Bocanegra; le voy a preguntar si le gustaría llegar a ser él.
No me gustaría tener que pasar por las experiencias personales de Bocanegra para encontrarle sentido al mundo. Bocanegra es un hombre desesperado al cual, en un momento determinado de su vida, el arte le echa un capote. La metáfora funciona a la hora de ilustrar los poderes del arte, pero no me interesan especialmente las tragedias. En mi vida personal el pathos es mucho más morigerado.
Una vez me dijo que el personaje de esta novela respondería al nombre de RMS (sus iniciales). En cambio, se llama Bocanegra... ¿Quería tomar algo de distancia con el texto?
Los libros se hacen y deshacen tantas veces... En cualquier caso, la expresión «distancia con el texto» se me hace compleja de entender. Estoy tan contaminado por esta historia que la distancia se me antoja imposible. De todos modos, buscar la identificación autor/narrador es mucho menos fructífero que, por ejemplo, intentar comprender la significación del discurso que Bocanegra pronuncia cuando recibe el Nobel.
Eso se lo dejaremos al lector, no vayamos a desvelar sorpresas, pero ya que lo dice, ¿se imagina que en el futuro le dieran el Nobel a usted? Apuesto a que su discurso sería el mismo que el de Bocanegra...
Sería distinto, créame, pero estoy seguro de que en él, de un modo u otro, hablaría de los creadores que me acompañaron a lo largo de mi vida, y es posible que alguno de los protagonistas del libro —Kafka o Faulkner— aparecieran citados.
Ha elegido tres pintores que son víctimas de su propio estatus. Dos de ellos son inventados y el otro es Rothko. ¿No ha encontrado otros dos artistas que pudiesen competir con Rothko en la novela o es que éste se le coló en la ficción?
Hay muchos pintores que podrían haberle disputado a Rothko su lugar en la novela, pero no conviene olvidar que hay mucho de real en los personajes de los pintores ficticios. Cualquier lector informado sabrá detectar la huella de Anselm Kiefer en el personaje de Semiasin o cómo la figura casi legendaria de Andrei Rubliov recorre todo el texto. Al final, he tenido la sensación de que Rothko se convertía en un personaje de ficción tan poderoso, o tan frágil, como sus compañeros de andanzas.
Me ha sorprendido lo que el narrador ve en los cuadros de Rothko o, cuanto menos, cómo los describe. ¿Se ha dejado influir por interpretaciones de otros o sencillamente es lo que usted ve en sus obras?
No soy experto en artes plásticas: ni en su historia ni en el lenguaje con el que la crítica ha trabajado sus frutos. Lo que yo quería era contar mi Rothko, qué es lo que experimento ante sus pinturas, por qué demonios ese ensamblaje de color y forma, reiterado una y mil veces, provoca en mí semejante conmoción.
Tengo la sensación de que esta novela le ha ayudado a usted como autor y le ha dado fuerzas (quizá incluso seguridad) para seguir escribiendo unas cuantas más. ¿Me equivoco?
La novela me ha regalado la felicidad de la escritura, cosa que no puedo decir de mis libros anteriores, pero al mismo tiempo me ha dejado exhausto. Ahora mismo estoy, como quien dice, aprendiendo a juntar letras.
Una pregunta típica: ¿Es el éxito la principal amenaza para un artista/autor?
El éxito es siempre relativo. Quizá sea la palabra más relativa que existe. Imagino que para Pérez Reverte vender 50.000 ejemplares de una novela es un fracaso, lo que para 99 de cada 100 escritores españoles constituiría el éxito de su vida. Para un escritor como Ricardo Menéndez Salmón, ¿dónde se cifra el éxito? Pues en seguir contando con la confianza de una gran editorial, en tener un grupo de lectores más o menos fieles, en poder ser leído en otras lenguas y, sobre todo, en dar lo mejor de mí mismo en cada libro. No engañarse; quizá ese sea el único éxito que he cosechado durante estos años.
Debo reconocer que, aunque me han gustado sus libros de la trilogía del terror, tenía la sensación de que iba a decepcionarme con ésta, le ruego me disculpe la absurda desconfianza. En cambio, ha sabido reinventarse y seguir sorprendiendo a la crítica. Se nota que, además de escribir con solvencia, es un tipo listo. Parece como si sus novelas hubiesen sido pensadas hace años y antes de escribirlas, llevaran en su cabeza mucho tiempo. ¿Cuándo empezó a pensar en esta historia?
Freud sugeriría que su desconfianza escondía un deseo de fracaso...
¡Todo lo contrario!
Ya sabe que en este país nos gusta ver caer a la gente, lo cual a lo mejor nos permite encontrar una nueva definición del éxito del que hablábamos: «El éxito consiste en molestar a los otros». En fin, vuelvo a su pregunta. La primera chispa del libro fue provocada por la contemplación en directo de una obra de Rothko en el Guggenheim de Bilbao; la segunda, por la historia que leí a propósito de su viaje, de niño, en tren, a través de Estados Unidos. La colisión entre lo subjetivo (que Rothko me fascina como pintor) y lo objetivo (que la vida de Rothko aúna una serie de elementos dramáticos de primer orden) fue la que puso en marcha el libro.
¿Es muy diferente el autor Ricardo Menéndez Salmón antes de La ofensa y el de ahora?
El autor, no, aunque ahora creo ser capaz de sacrificar una buena página en nombre de la inteligibilidad de una idea; la persona, sí. Hoy tengo dos hijos y responsabilidades de las que antes carecía. He perdido la invisibilidad del escritor desconocido pero a cambio la literatura me ha regalado un puñado de amigos y de afectos. Como diría Bocanegra, sigo sin ser feliz, pero estoy más satisfecho que en 2007.
Esto me hace pensar que concibe sus novelas, no sólo mucho antes de ponerse a escribir, sino también para que duren mucho después de aparecer en librerías. Ya le digo que me parece usted un tipo listo...
Gracias, Manel. Hace muchos años que mi madre me dice lo mismo...
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