miércoles, 3 de febrero de 2010

Un Salinger no tan desconocido

Quizá una de las frases más pronunciadas a media voz esta semana sobre la muerte de Salinger es eso de "ahora empezarán a salir sus trapos sucios". De momento, lo que vamos conociendo no es precisamente lo que nos podíamos temer: la cara más amarga de un autor ensimismado y huraño, obsesionado con su intimidad. Más bien todo lo contrario, el Salinger que estamos conociendo desde el día de su muerte es el de una persona que intentaba ser amable con sus vecinos, que se entregaba al pueblo, que intentaba hacer una vida normal y que mantenía las buenas formas con la gente. Ésa era la persona, no el autor. Al autor lo mató Salinger hace ya demasiados años; sus amigos respetaban su decisión y no le hacían preguntas.

Todo esto que cuento lo acabo de leer en un interesante artículo de Katie Zezima en The New York Times, titulado J. D. Salinger a Recluse? Well, Not to His Neighbors (¿J. D. Salinger un recluso? Bueno, no para sus vecinos). Y es que sus vecinos respetaban, según el artículo, "el código de las colinas"; es decir, si una persona quiere preservar su intimidad, nadie tiene derecho a hablar de las vidas ajenas. Tanto es así, que incluso una semana después de su muerte, ese pacto de respeto todavía se mantiene y lo poco que dicen es lo que han leído más arriba (quizá escarmentados por alguna reacción pasada de Salinger o bien porque todavía sienten su presencia de cerca).

Algún vecino de Cornish (pueblo de New Hampshire donde residía) incluso compara a Salinger (Jerry, para los amigos) con Batman: "todo el mundo sabe que existe, pero nadie dice dónde está". Y es que eran muchos los turistas que llegaban a Cornish para poder hablar con Salinger, pero él persistía en su deseo de mantener enterrado al padre de El guardián entre el centeno. Sin embargo, ¿cuánto tiempo pasará hasta que salgan a la luz sus viejos cuadernos de espiral?

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