Siempre he pensado que la auténtica esencia de cada país no está en las capitales, sino en los pequeños pueblos. Las grandes ciudades son, grosso modo, parecidas entre sí: cada una tiene sus monumentos, sus calles, sus gentes, pero todas guardan la semejanza de ser grandes urbes llenas de movimiento, centros históricos aguijoneados por tiendas de souvenirs y miles de turistas haciendo fotos. En cambio, al dejarse perder por pequeños pueblos donde el turismo se ve como una feliz coincidencia es cuando nos encontramos con el auténtico tesoro de cada país: la esencia incorrupta de la historia.
Estos días he estado en un pequeño -pequeñísimo- pueblo de montaña anclado en los Cárpatos eslovacos. Se llama Vlkolinec, tiene solamente 35 habitantes y es, desde 1993, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Este diminuto pueblo tiene actualmente unas 45 casas, de las cuales unas cuantas están construidas solamente con troncos de árboles recubiertos de yeso. Y, para más señas, están pintadas cada una de un color.
Vlkolinec nació en el siglo XV y pertenecía a la ciudad de Ruzomberok (actualmente, a unos 6 kilómetros montaña abajo). Su nombre parece ser que procede de la palabra "lobo" en checo, ya que entonces era muy normal ver lobos paseándose por el pueblo. Este pequeño núcleo de casas tenía 117 habitantes en 1766; 334 en 1825; 345 en 1869; 265 en 1930; 203 en 1950 y 172 en 1971. Actualmente solamente unos 35, de los cuales 12 son niños en edad escolar.
Para subir a Vlkolinec hay dos opciones: recorrer a pie los 6 kilómetros desde Ruzomberok montaña arriba (en invierno, hay que contar con la nieve y las temperaturas bajo cero) o coger el City Bus. Este medio de transporte cuesta actualmente 0,33 euros y tiene poca frecuencia: solamente tres al día van a Vlkolinec y vuelven. Por ejemplo, se puede subir en el City Bus de las 10:45h y volver en el de las 15:10h. Pero hay que tener en cuenta que el pueblo se ve en menos de una hora y luego hay que esperar a la intemperie a que llegue el siguiente coche. Si está nevando y hace un frío imposible, las horas se hacen especialmente largas, porque no hay ningún lugar donde cobijarse (en Vlkolinec no hay cafeterías ni tiendas). En este pueblo, además de las casas y una iglesia, hay un modesto museo que muestra una vivienda original por dentro. La entrada es gratis, pero es de cortesía comprarle al hombre que te abre la puerta algún pequeño souvenir que tiene a la venta.
Si uno sube en invierno verá a los niños lanzarse en trineo, a los hombres apartando la nieve de las puertas de sus casas con las palas y a alguna mujer mayor lavando la ropa en el riachuelo de heladas aguas. Es, sin dudas, un pueblo con encanto, muy recomendable de visitar, dado que guarda la esencia de la historia, de cómo era antes un pueblo apartado en las montañas de Eslovaquia. Aunque ese encanto quede un poco descafeinado al ver los coches aparcados al lado de las casas hechas de troncos de madera.
1 comentarios:
Manel, que encanto de pueblo. Preciosas fotos... y sí, lo de los coches es cierto pero imagino que es imprescindible tener uno ahí, si no disponen de cafeterías ni nada... aunque podrian haberlo apartado para hacer tu foto :) la verdad es que , como bien dices, nos morimos por viajar a las grandes capitales pero hay pueblecitos de ensueño.
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